El nacimiento de
un niño con discapacidad es un acontecimiento que irrumpe conmocionando al
grupo familiar, afectando su dinámica y generando diferentes reacciones entre
sus miembros. Es un suceso que se precipita desde lo inesperado, desde lo
impensado, pudiendo generar tristeza, dolor, hiperactividad, ira y hasta la desintegración
de la pareja adjudicándose culpas y vivencias de castigos que no tienen razón
de ser.

Se dicen cosas
como “será doctor”, “será abogado”, “actor famoso”, “jugador de futbol” seguramente
tendrá el color de ojos de… Siempre algo en relación con la historia de los
padres se encuentra presente en ese niño, viene con una expectativa particular,
la de completar, rectificar esa falta en la historia de los progenitores.
En ese niño se
juega el narcisismo de los padres, su “Ideal”, viene a ocupar el trono, “His
majesty the Baby”, como sostiene Freud 1914 en Introducción al Narcisismo:
“…deberá
realizar los deseos incumplidos de sus progenitores y llegar a ser un gran
hombre o un héroe, en lugar de su padre, o si es mujer casarse con un príncipe,
para tardía compensación de su madre. El
punto más espinoso del sistema narcisista, la inmortalidad del yo, tan
duramente negada por la realidad, conquista su afirmación refugiándose en el niño…”
Entonces el niño
que nace con discapacidad cae de ese
lugar perfecto, idealizado de sus padres, sumergiéndolos en un arduo trabajo de
duelo, el duelo por ese niño soñado que no es.
Lo padres pueden
pasar por etapas de resistencias al diagnóstico, negación, odio hacia los profesionales o hacia ellos
mismos pudiendo sentirse culpables de la discapacidad de su niño. En la pareja
puede aparecer hostilidad, acusaciones mutuas, distanciamientos. Se pueden
reactivar situaciones conflictivas previas de la pareja y de la historia de
cada uno de los progenitores, activadas por el dolor sentido.
En el caso de
que hubiera otros niños, inintencionadamente puede ocurrir que se los descuide
o que se intente ocultar la realidad de la discapacidad de su hermano, ya que
ellos mismos no la pueden aceptar en estas primeras instancias, se conmociona
todo el núcleo familiar.
Hace algunos
años, fui convocado a una jornada sobre discapacidad en una asociación de
padres de niños con discapacidad muy conocida en argentina. Al momento de
asistir pensé que iba a ser otra jornada más, como tantas otras donde se iban a
transmitir y debatir los lineamientos
conductuales y estrategias de intervención que, en lo personal, ya había visto
y estudiado en reiteradas oportunidades.
En parte no me
equivoqué, pero para mi sorpresa en un momento determinado se presentó el presidente
y fundador de la asociación, el Dr. G. padre de un joven adulto con
discapacidad, que según nos comentó, se había arrancado, años antes, sus
dientes a golpes en conductas
compulsivas de autoagresión. El Dr. G.
nos dirigió unas palabras, palabras que siempre recordaré, nos habló del
sufrimiento que él y su esposa, ahora ex esposa, padecieron a partir del nacimiento de su hijo
discapacitado, sufrimiento que se podía ver aun en sus ojos mientras encaraba
al auditorio lleno de profesionales de la salud mental. Así nos dijo:
“… No se
imaginan el dolor que se siente al saber que ese bebé que estas esperando tanto
tiempo tiene una discapacidad, la única manera de tratar de explicárselos es
pedirles que piensen en las imágenes de la caída de las Torres gemelas del 11
de septiembre, NOSOTROS ERAMOS LAS TORRES, esa es la sensación de lo que se
vive en esos momentos, nos derrumbamos…”
Por ello nos
aconsejó que como profesionales de la salud tengamos siempre presente la situación
en la que se encuentran los padres de los niños con discapacidad, su necesidad
de ser contenidos, escuchados y acompañados en ese proceso que, efectivamente a
pesar de resolverse y en la mayoría de los casos parece dotarlos de un empuje y
fortalezas admirables, le subyace un dolor y una tristeza que los acompaña toda
la vida.
Lic. Carlos
Ontivero.
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