miércoles, 26 de abril de 2017

Cuánto le transmitimos a los niños, aun sin hablar.

 En la clínica se observa que muchos pacientes tienen un concepto de sí no muy positivo, o un fuerte temor de ser determinada cosa.  Esto tiene tanta fuerza que les condiciona en su libertad de disfrutar de la vida, o emprender realmente lo que quieren.
Resultado de imagen para padre e hijo monstruos caricaturaCon el tiempo, en el trabajo del análisis suele descubrirse que esta idea es transmitida, de alguna manera, por sus referentes significativos durante su infancia, y que, como es de esperar,  esta visión de sí los acompaña toda la vida condicionando su existencia.  Los hace fracasar, o sabotearse, quizás presentarse ante los demás de determinada manera sufriendo y convencidos de ello, o en algunos casos triunfar parcialmente, ya que es a predominio de quedar enredados en una alienante batalla por oposición, que en realidad nunca fue suya, y nunca concluye por sí sola. 
Aquí pareciera jugase algo de la agresividad, que en psicoanálisis es constitutiva del sujeto. Lacan (1988) toma el planteo de la agresividad como continuando con lo postulado por Freud (1920) en su concepción de pulsión de muerte, es menester recordar el momento socio histórico del que datan estos análisis; la segunda guerra mundial movilizó a grandes planteos sobre las capacidades destructivas del hombre y sus sociedades.
Para Lacan en su segunda tesis, la agresividad, sostiene que es dada como intención de agresión y como imagen de dislocación corporal, y es bajo tales modos como se demuestra eficiente, destaca  la eficacia de la intensión agresiva; sostiene que la intimidación y o amenaza tiene una fuerte eficacia agresiva, esto actúa dada la conformación de fenómenos mentales denominados “imagos”, cuyo poder sugestivo es evidente, por lo que la agresividad puede manifestarse en la sola presencia, en un semblante.  Basta con pensar las relaciones entre padres e hijos o en la representación del padre severo y su imagen.
Continúa Lacan: Esta agresividad se ejerce ciertamente dentro de constricciones reales. Pero sabemos, por la experiencia, que no es menos eficaz por la vía de la expresividad; un padre severo intimida por la sola presencia y la imagen del Castigador, o descalificador, apenas necesita enarbolarse para que el niño la forme, y ello resuena más lejos que ningún estrago. 
“Hace un tiempo un paciente mencionó que su, ya fallecido padre, era de presencia tan estricta que luego de su muerte nadie se atrevió a ocupar su lugar en la mesa, al igual que cuando vivía, nadie se podía sentar en ese sitio”.  Como es de esperar esto no es sin consecuencias para los hijos.
Generalmente recuerdan al “Pino”, que bajo su follaje compite ferozmente por el agua y los nutrientes impidiéndoles el crecimiento a otros, dejando francamente árida la tierra bajo su sombra.
Pero no necesariamente tiene que haber un padre déspota para producir un efecto negativo en la estructuración psíquica del niño.
Ramírez (2010), en su análisis sobre la agresividad en psicoanálisis, nos dice que Lacan es de la idea de que el nivel fundamental de la relación al otro es la agresión, pero que ello es factible de sublimación.  Sin embargo, si se analiza el fundamento de lo que se encuentra, se llega de un modo inevitable a la hostilidad y no a la armonía; no se arriba a la unidad del sujeto, sino a la división del sujeto contra sí mismo, por otra parte, esto correspondería con las características  del concepto de superyó, posicionando al Otro en una suerte de agresor en relación al desvalimiento del infans.
Por lo que no es necesario que para que un adulto significativo otorgue una identificación negativa a un niño, ésta tenga que formularse en forma manifiesta, explicita. (Hugo B. Blaichmar), la misma puede transmitirse simplemente mediante el vínculo, generando una estructuración psíquica determinada, que puede afectar su vida emocional a futuro, siendo muchas veces extremadamente complejo poder llegar a las instancias de inscripción de esas experiencias que, como se mencionó, no siempre son  transmitidas explícitamente.
Pensemos que como el niño tiene el deseo genérico de ser el objeto de deseo del otro, los deseos particulares del adulto pueden inscribirse en su psiquismo incipiente como si fueran sus propios deseos particulares.
Vemos entonces que alguien puede sentirse desde sus fibras más íntimas “tonto”, “malo”, feo, o lo que fuere, por identificación con la imagen que el Otro significativo le da de sí, o por franca identificación con ese Otro significativo que se siente y sabe de esa manera y se lo transmite.
Así es que, muchísimas veces, ante la consulta por un joven o niño, lo primero que se sugiere es hacer terapia a sus padres.  Pero cuando ya son adultos hay que vérselas con eso.
                                                                      Por Carlos Ontivero.



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