domingo, 27 de marzo de 2016

Felices Pascuas - una mirada psi-

Los Doce,  se sentaron a participar de la última cena que Jesús comería antes de su muerte. Este, bajo el peso de una emoción profunda les dijo: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga.” De acuerdo con la manera acostumbrada de empezar la cena pascual, el huésped pronunciaba una bendición sobre una copa de vino, que entonces se pasaba, por turno, a cada uno de los participantes sentados alrededor de la mesa. En esta comida, en los acontecimientos de esa noche quedaron comprendidas muchas cosas además de la observancia común de un festival anual.
La cena continuó en un ambiente de tensión y tristeza. Mientras comían, el Señor dijo afligido: “De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar.  La mayor parte de los apóstoles, tras una breve introspección, exclamaron uno tras otro: “¿Seré yo?” “¿Soy yo, Señor?” Jesús respondió que sería uno de los Doce que entonces comía con El del mismo plato, y añadió esta imponente declaración: “A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, más “ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido.” Entonces Judas Iscariote, que ya había convenido en vender a su Maestro por dinero, probablemente temiendo que su silencio en ese momento pudiera dar motivo para que se sospechara de él, preguntó con descarada audacia: “¿Soy yo, Maestro?” Con punzante brevedad el Señor le respondió: “Tú lo has dicho.”l
 Jesús, sentado todavía en la mesa con los Doce, tomó una pieza de pan y, habiendo reverentemente dado gracias, la santificó con una bendición y dio una porción a cada uno de los apóstoles, diciendo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo”; o como leemos en S. Lucas: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí.” Entonces, tomando una copa de vino, dio gracias, lo bendijo y dio a ellos con este mandamiento: “Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba de nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.” Sabemos como continúa la historia. De esta manera, sencilla pero impresionante, se instituyó la ordenanza que desde entonces se conoce como el Sacramento de la Cena del Señor.  El pan y el vino, debidamente consagrados mediante la oración, llegan a ser los emblemas del cuerpo y la sangre del Señor, los cuales se han de comer y beber reverentemente, y en su memoria.
Estas Pascuas mientras pensaba en todo esto y, como siempre, sintiendo  una profunda  admiración por Jesús, ese ser impresionante y maravilloso; no pude sino recordar  un texto muy conocido, Tótem y Tabú, aquí es donde Freud en 1913 plantea un ordenamiento social primordial a través de lo que denominó la figura del “Padre muerto”.  Freud en su texto hace una alusión directa a uno de los  rituales de las sociedades primitivas, el banquete Totémico, donde se sacrificaba a un animal, posteriormente se lo lloraba  para luego ser incorporado junto con sus virtudes en una comida Totémica,  que funcionaba uniendo a los miembros del clan.
Apolo 2014 parafraseando a Freud 1913, va a sostener que ese animal Totémico no es otro que la representación de la figura del padre.
Freud, para ello, analiza el mito de la “Hora Primitiva”, sostiene que la sociedad primitiva estaba dominada por un padre violento y arbitrario que no permitía el acceso a las mujeres y a otros privilegios que le eran únicamente permitidos a él. Esto, sostenido en el tiempo, despertó el odio de los hermanos que decidieron darle muerte y posteriormente devorarlo en una comida canibalística, para acceder a aquello que les era prohibido y a través de este ritual, al incorporarlo, apropiarse de su fuerza y poder.
Pero luego sucede lo inesperado, una vez muerto el padre de la horda, las normativas de prohibición, continúan activas incluso sin la presencia física del padre ahora muerto, esto se debe al surgir la culpa como resultado de la ambivalencia amor – odio. El sacrificio del padre genera así la instauración de un orden social, incluso mucho más poderoso que el que existía anteriormente a su muerte.
“La muerte del padre, entonces, reasegura la norma social, y el padre muerto, asesinado, que aparece en el seno del discurso mítico, organiza un orden cultural”.  Apolo G. El Acto del duelo 2013.
Del análisis de las premisas necesariamente resumidas de manera extrema en el presente artículo, el psicoanálisis formula uno de sus pilares primordiales, “La ley y las enmiendas que el padre transmite es una ley a la que él mismo también está subordinado”, y ese padre, el que se puede llamar simbólico es el que da el paso a la cultura.  

Jesús, ese maravilloso maestro conocedor del ser humano, pareciera haber obrado dentro de estos principios con la intención de hacer de nuestra cultura un lugar de paz, amor, tolerancia  y perdón.  Y aunque muchos piensen que esto no se dio de esta manera, nadie puede negar que su presencia y obrar hizo marca en la historia de la humanidad. 

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