lunes, 29 de febrero de 2016

Cuando el cerebro se recupera

Hoy al cruzarme por la tarde con una colega y preguntarle amablemente por sus recientes vacaciones, angustiada y asombrada me dice: “Me la pasé internada con mi mamá, tuvo un acv (Accidente cerebrovascular), pero lo más extraño es que no le quedaron secuelas” entonces pensé en el principio de neuroplasticidad cerebral.

El andamiaje inicial del ser humano es su sistema nervioso central, y sobre él se constituirá a posteriori la subjetividad, devenida desde y con un Otro  posibilitador, aspectos que interactuarán, en salud, ya que no se concibe el uno sin el otro.
Hoy ocupándonos del SNC, decimos que el cerebro no presenta un mecanismo estático desde la perspectiva neurofuncional, en realidad constituye un sistema activo, que se encuentra en  un continuo cambio. Si bien el número de neuronas, soma neuronal, permanece relativamente como componente estable,  la comunicación entre ellas se encuentra sometida a constantes modificaciones. 
La plasticidad interviene en los procesos del aprendizaje,  esto se produce mediante cambios en las conexiones sinápticas de las dendritas neuronales.  Dichas dendritas componen aproximadamente el 95% de la superficie disponible de receptores que se relacionan con el aprendizaje y las experiencias.  Las sinapsis tienen su mayor aumento en los primeros dos meses de vida, alcanzando el máximo alrededor de los dos años, alcanzándose en estas edades tempranas la capacidad de mayor plasticidad.   (Álvarez González, 2008)
El Sistema Nervioso es el que permite el conocimiento y dominio de todo el cuerpo y su relación con el mundo externo y consigo mismo,  la integración  de los factores  es dada específicamente por el encéfalo; éste clasifica y selecciona por significativos  o no, los constantes estímulos recibidos del mundo externo, y así, a través de esta función integradora se producen señales facilitadoras e inhibidoras que tienen la capacidad de controlar la actividad sináptica, permitiendo en ocasiones la misma y denegando la posibilidad en otras.
Cada persona, en la singularidad su experiencia, presenta variaciones en la conexión de las células nerviosas, es decir, que no son las mismas en todos los seres humanos, e inclusive son susceptibles de producirse variaciones en las mismas a lo largo del tiempo; el hombre cuenta con la posibilidad de ir adaptándose a las diferentes exigencias de su medio ambiente gracias a la posibilidad de variación que posee la arborización dendrítica, neurotransmisores y las diferentes comunicaciones corticales y subcorticales de su sistema nervioso.  Esto es lo que permite que en numerosos casos donde hubo un daño cerebral la recuperación con la rehabilitación correcta sea asombrosa. En ocasiones, es notable que se obtenga una recuperación casi total u óptima, esto es así porque el cerebro cuenta con la plasticidad para generar nuevas conexiones que suplantan a las afectadas, es decir, cuenta con la posibilidad de una adaptación dinámica en sus interconexiones para sostener una función primordial.

Es así que el desarrollo nerobiótico es plausible de modificación a través de los estímulos y las particularidades del ambiente, y es capaz de  recuperar funciones  por el principio denominado neuroplasticidad.


domingo, 28 de febrero de 2016

Voy al psicólogo → tengo “problemitas”

En el consultorio se escucha en reiteradas ocasiones cosas similares a: “el que hace terapia, es porque tiene “problemitas”.  Incluso en pacientes que consultan con la mayor de las expectativas y con buen compromiso con el espacio terapéutico, en algún momento refirió algo sobre ese prejuicio en forma implícita o explícita.  El psicólogo Allport definió al prejuicio como una actitud suspicaz y hostil hacia una persona que pertenece a un grupo, por el simple hecho de pertenecer a dicho grupo, y que por esa pertenencia se le adjudican las mismas cualidades negativas que se le adscriben a todo el grupo.  Allport consiguió demostrar que los prejuicios no están determinados por la personalidad de las personas, sino que son aprendidos desde pequeños. Un prejuicio implica la acción de juzgar algo antes de tiempo o aun sin tener un cabal conocimiento de ellas.
Algunos pensadores sostienen que existe en el hombre una tendencia al prejuicio, y que su utilidad consiste en el ahorro mental; es decir, que la realidad se presentaría tan compleja que la persona debería organizarla cognitivamente en forma estructurada, y por ello agruparía conceptos de forma general, lo que devendría en una facilitación a la formación de pre-juicios.
 ¿Entonces por qué adquirimos este tipo de ideas?
 Por mi parte, concuerdo más con que aceptamos, incorporamos ideas de otras personas, generalmente significativas para nosotros, y que, porque su autoridad y/o credibilidad nos inspira la confianza suficiente para incorporar su pensamiento y conceptos a los nuestros, sin siquiera tener que experimentar previamente con ellos.  Ahora, si una persona es capaz de corregir sus juicios erróneos a la luz de los nuevos datos emergentes, no estaría preservándolos,  los prejuicios se forjan a sí mismos con su  irreversibilidad, a pesar  del accionar de nuevas experiencias esclarecedoras.  ¿Entonces qué sucede con los comentarios anteriormente planteados en el espacio terapéutico?
Es muy frecuente que en los días en los que se realizan estas acotaciones aparentemente prejuiciosas, y que da la sensación de que el consultante se distancia del espacio terapéutico  (curiosamente siempre en los primeros minutos),  terminen aflorando cuestiones extremadamente movilizantes para la persona.  Cosas que quizás nunca hubiera decidido enfrentar. Entonces se puede pensar en estos prejuicios como un mecanismo defensivo aprendido y utilizado hasta que las dificultades y la angustia se tornan insuperables. Al fin y al cabo, ¿qué sentido tendría comportarse prejuiciosamente en un espacio al que se asiste voluntariamente?

El prejuicio puede ser un mecanismo excelente para no hacernos cargo de aquello que nos pasa, para evadirnos de lo que duele en el alma, de lo que nos confronta con nuestras inseguridades, lo que no tenemos, lo que no somos o lo que no fuimos. 

miércoles, 24 de febrero de 2016

Prefiero vivir más despacio

El sociólogo Guilles Lipovetsky (1983) en La era del vacío, es de la idea de que con el devenir de la cultura se produjo un cambio de modelo en relación con la simbología mitológica que representa a la cultura, a saber, en la modernidad Prometeo, [Que  le arrebató  a los Dioses en función de los hombres]; Fausto, [Quien vendió su alma a cambio de belleza y juventud eterna];  Sísifo [Quien fue condenado al esfuerzo eterno por desafiar a la muerte engañando a los Dioses]; todos ellos representaban al hombre moderno, siendo desplazados, luego en la posmodernidad por Narciso. El autor continúa con su análisis diciendo que el culto al consumo, la proliferación de las imágenes, la burocracia, la educación permisiva, “la relativización de la ley” -lo encomillado es agregado mío-  entre otros factores han creado en el hombre, una modalidad de vincularse que rige tanto para  consigo mismo como así también para con el prójimo, el narcisismo

El Magister en psicoanálisis G. Apolo (2008) en su texto La violencia de la inconsistencia nos dice que “El mundo actual nos hace creer que nada es imposible, al mismo tiempo que, el desfallecimiento de la autoridad, corre paralelo con la caída de los ideales comunes y la ausencia de ideas rectoras capaces de orientar. De esto resulta un estado de fragmentación, en el que la rotura de los vínculos deja a los sujetos más permeables al pánico y a la angustia, ante la ausencia de lazos afectivos entre ellos”.


Todo rápido, instantáneo, al alcance de un “click”, todo, tené  todo lo que necesitas “ya”, desbordan  tus sentidos   millones de estímulos… Todo tan fugaz, tan efímero;  pero veamos que al final, así, solo queda             el vacío.  
Creo que es provechoso poder detenerse un instante y reflexionar sobre nuestros vínculos, qué es realmente lo que queremos para nosotros y nuestros seres queridos.

domingo, 21 de febrero de 2016

Estrés, ya no eres el mismo

Estrés,  un término que se utiliza popularmente: “Estas estresado” o “Estoy estresado”, se dice cuando alguien se siente agotado, superado por las exigencias del entorno etc. El término estrés se torna muy frecuente en nuestro vivir cotidiano; de hecho, aquellos más curiosos que han leído el posteo anterior, ese que oportunamente publique como “Cuando de hábitos se trata” recordará que también hago referencia al estrés como producto del sostenido entrecruzamiento entre el deficiente descanso nocturno y las exigencias y responsabilidades habituales del día siguiente. 
¿Entonces qué es esto del estrés? El estrés es un síndrome general de adaptación al ambiente. Se trata específicamente de una respuesta inespecífica del organismo ante una demanda que le signifique una determinada tensión.
¿Entonces el estrés es malo? No señor, no es malo,  el estrés actual es, en consecuencia, parte de nuestra memoria filogenética; es decir que está incorporado en nuestra memoria como especie: éste sería un patrón de respuestas aprendido y adquirido a través de las sucesivas experiencias de la humanidad.
¿Entonces si el estrés no es malo, porqué nos afecta tanto?
Este viejo síndrome de  adaptación es el encargado de preparar nuestro organismo para la supervivencia por medio de la confrontación o la huida, en ello se efectúa  una compleja reacción de sistema endócrino y el sistema nervioso central. Se  descarga  adrenalina a través de las glándulas suprarrenales,   se  produce aceleración  cardiovascular, todo esto incrementando los niveles de oxígeno y energía en los músculos, generando un estado de tensión muscular y una sensación de alerta constante,  preparando al organismo para responder a la amenaza  de la manera más eficiente posible.
 Lógicamente es un proceso que se da acompañado, al mismo tiempo,  de profundos estados emocionales, como el temor, la ansiedad, ira  etc,   
Entonces esto era de suma utilidad para el antiguo ser humano cuando, por ejemplo, recolectando alguna fruta se cruzaba distraídamente con un tigre dientes de sable, situación en la que el mecanismo del estrés le habrá significado, más de una vez, la diferencia entre la vida o la muerte. Este proceso conlleva aparejado consigo un gran desgaste de energía y un desajuste momentáneo en la homeostasis (equilibrio, estabilidad) del organismo. Pensemos esto, por algo luego de una situación que nos resulta muy estresante nos sentimos con gran agotamiento y necesidad de descansar, imaginen si encima no durmiéramos...
En la investigación de  Selye 1936, citado en Risueño 2005, este describe un proceso de reacción del organismo que involucra tres instancias a) alarma, b) resistencia o lucha c) agotamiento.   Aquí, en este último  es donde podemos ubicar el aspecto nocivo del estrés, en el agotamiento. Cuando en la persona comienza a decaer la efectividad del sistema adaptativo, cuando el organismo se encuentra sometido a un estímulo estresor continuo llega  un momento en que tanta activación del snc y endocrino, y gasto de energía psicofísica acaban por enfermar a la persona, quien, desesperadamente  no puede recuperarse de la instancia del agotamiento, quedando superada ampliamente por las exigencias y el estímulo ansiógeno constante, viéndose así  atrapada en un torbellino de  angustia y desesperación.
¿Y entonces, de qué se enferma uno si está sometido a constantes niveles de estrés?
Para ser lo más claro posible, se puede afirmar que el hilo siempre se corta por lo más delgado. Aquellas zonas más vulnerables que se desprenden de las experiencias infantiles, herencia genética y los aspectos emocionales; de la conjugación de todo ello se obtendrá la parte del organismo que será  representante de la angustia, de la imposibilidad de resolver los conflictos y que será a su vez el foco de la enfermedad.

Por último, amerita mencionar que, desgraciadamente, existe gente, cruel y despiadada que utiliza estos mecanismos intencionalmente causando gran daño como ser en  el caso del “Moving Laboral”, pero eso, seguramente, será temática de otra publicación.   

sábado, 20 de febrero de 2016

Cuando de hábitos se trata

En la clínica con adolescentes muchas veces se consulta, y digo "se consulta", porque la demanda es, por lo general,  a través de los padres o de la institución educativa a la que asiste, ya que, rara vez un adolescente concurre a consulta por propia iniciativa.
En fin, en reiteradas ocasiones se observa, en estos jóvenes, agotamiento, poca capacidad de sostener la atención, irritabilidad, apatía, desidia, inclusive dolencias físicas  y demás cuestiones por el estilo.   Luego, con el transcurrir de los encuentros se escucha que el/la joven permanece delante de la pantalla de su pc o celular hasta altas horas de la madrugada... Entonces, cuestiones descritas anteriormente comienzan a tener mayor sentido. 
Cuando uno expone su organismo a la falta de sueño se producen serios problemas cognitivos, emocionales y de salud en general. Se sabe que la luz artificial de las pantallas altera el ciclo de sueño-vigilia de las personas, ya que, el cerebro se confunde sin que nos percatemos al percibir los rayos de luz, no pudiendo realizar las tareas necesarias, recomponedoras que se efectúan al tener, lo que se denomina, un sueño reparador. Entonces termina ocurriendo un fenómeno similar a lo que comúnmente se conoce como "jet lag", descompensación horaria producto de los viajes a destinos con husos horarios diferentes. Pero aquí se estaría dando como  efecto de un hábito no recomendable.
Cuando de hábitos se trata

¿Entonces, cómo es que  se pueden desencadenar tantos efectos negativos  como consecuencia de permanecer, casi todos los días hasta tan tarde en la madrugada?
Por el cansancio, que es acumulativo.  La persona al  día siguientes se encuentra sometida a una situación de estrés, que se repite un día tras otro, ya que, luego de  noches de video juegos, whastapp, messenger, facebook, las responsabilidades continúan allí, esperando que se lleven a cabo y en algunos casos con los elevados niveles de exigencia con que la sociedad hoy día apremia . Así comienzan a experimentarse sentimientos en un ciclo de "intolerancia-frustración", que en mayor o menor medida, ensombrecen varios aspectos en la vida de estos jóvenes.